DER BRENNENDE ACKER (1922, Friedrich Wilhelm Murnau) La tierra en llamas
¿Podría ser posible que a la hora de rodar THERE WILL BE BLOOD (Pozos de ambición, 2007) Paul Thomas Anderson tuviera presente el lejano DER BRENNENDE ACKER (La tierra en llamas, 1922) de Friedrich Wilhelm Murnau? No me parece una simple casualidad el hecho de ambos films –tan alejados en el tiempo- sean historias centradas en la ambición de poder y que tomaran como referencia el mundo de las prospecciones petrolíferas –es cierto, de manera más mitigada en el film de Murnau-. Pero lo que más me lleva a pensar en esa legítima referencia de quien sigo considerando el mejor cineasta surgido en los últimos años, se encuentra presente en las características que definen el personaje encarnado por Daniel Day Lewis en el film de Anderson, tomando como referencia el joven Johannes Rog, interpretado por el actor teatral Vladimir Gajdarov en el título de Muranu que ejerció como inmediato precedente a la admirable NOSFERATU, EINE SYMPHONIE DES GRAUENS (Nosferatu, el vampiro, 1922). Es perceptible que Gjadarov ofrece una semejanza física notable con Day Lewis –con algunos años menos-, uniendo todo ello a este carácter de cuento moral de inspiración bíblica que ofrece este drama descrito en seis actos que, como sucederá en tantas ocasiones en el cine del maestro alemán, opondrá la pureza centrada en el ámbito rural con el contraste con un mundo de progreso y logro de poder, ligado a la ambición desmedida y la búsqueda de poder económico a toda costa. De alguna manera, y con diversos grados de modificación argumental, será esta una de las constantes que Murnau irá reiterando en una obra fascinante, de la que DER BRENNENDE... ejerce como un título por lo general orillado a la hora de detenerse en la obra de uno de los grandes maestros generados por el séptimo arte, pero que en sí mismo no solo deviene finalmente magnífico, sino que muestra numerosos aspectos visuales y narrativos reiterados –quizá de manera más perfeccionada- en el desarrollo posterior de su obra.
Pero aún reconociendo esta circunstancia, es de justicia señalar que el título que nos ocupa no necesita apelar a un previsible y simple interés arqueológico, puesto que por sus propias cualidades emerge como un título magnífico, revelando en su discurrir una cierta herencia del drama nórdico, destacando en la descripción de sus personajes y en la interrelación entre los mismos. Unamos a ello una clara influencia pictórica en la composición de las secuencias –teniendo para ello como eje la singularidad en la manera que ofrece una escenografía de notable personalidad, con la intención de adulterar los fondos y logras efectos visuales y estéticos de asombrosa modernidad.
DER BRENNENDE... brinda con una división de seis actos la andadura moral seguida por el joven Johannes, miembro de una familia de agricultores que no tendrá tiempo para acudir a la vivienda rural de sus padre y despedirse de su progenitor -Werner Krauss-, que está a punto de expirar –una secuencia que combina la modulación de los últimos momentos del patriarca, con un montaje alterno de la cercanía de este, heredado de las técnicas de Griffith. Ya en ese momento tan trágico, el padre observará el desapego que Johannes manifiesta por la vida del campo, inclinándose de manera más adecuada por el lujo y el aire mundano que por el contrario puede ofrecerle el atractivo material y la suntuosidad de la alta sociedad. Muy pronto este abandonará su lugar en la familia, aceptando el ofrecimiento del anciano conde Rudenburg (Eduard von Winterstein) para nombrarlo su secretario particular. Una vez en su nueva función dentro de la mansión del aristócrata, el atractivo Johannes poco a poco irá alternando sus devaneos sentimentales con la hija de este –Gerda (Lya De Tutti)- una joven desprejuiciada y caprichosa, mientras de forma paralela flirtea con la segunda esposa del viejo magnate –Helga (Stella Arbenina)-. Dentro de dicha maraña de intereses, nuestro protagonista descubrirá al escuchar una conversación que un terreno que Rudenberg tiene en propiedad y está considerado maldito, alberga unas incalculables reservas petrolíferas. Será la oportunidad para consolidar su propósito de arribismo y llegada la hora de la muerte del aristócrata –que es soslayada muy elegantemente por medio de la elipsis-, se casará con Helga –aunque en realidad no la ame- sirviéndose de dicho enlace, para alcanzar ese ascenso social y el paladeo del poder que tanto ha ambicionado a lo largo de su vida. Será una conquista en la que no le importará la pérdida de cualquier aprecio hacia su familia de origen humilde, e incluso el desprecio de la joven Maria (Grete Diercks), sirvienta en la misma y con la que estuvo ligada sentimentalmente en el pasado. Pese a la seguridad de su poder, una serie de dramáticas circunstancias pronto demostrarán la extrema volatilidad de su posición social y económica, erigiéndose como auténtica catarsis para que Johannes comprenda el error de su elección vital, al tiempo que la oportunidad de redención que le plantean los seres que siempre lo han amado, y que siempre han mantenido vigente ese lugar que ocupaba en la vieja vivienda de los Rog, aunque él la abandonara hace tiempo.
Auténtico cuento moral, DER BRENNENDE ACKER aparece en nuestros días como un exponente notable en la filmografía del maestro alemán. Como en otros exponentes posteriores de su cine, Murnau trasladó a la pantalla una historia de resonancias bíblicas, en donde lo sencillo y auténtico se contrapondrá con el falso sentido de la sofisticación, el espíritu se opone a lo material, y la autenticidad de los sentimientos a la codicia. Y lo hace articulando una dramaturgia que expresa ambientes contrastados. Cálidos dentro de su dureza serán los que predomine en las composiciones desarrolladas en el interior de la vivienda familiar de los Rog, mientras que por otro lado destacará la frialdad arquitectónica que describe la mansión de Rudenburg. Una mansión caracterizada por sus recovecos, por esos lugares oscuros insertos en el decorado, que simbolizan la falta de claridad en el manejo del poder. Pero sobre todos ellos, destaca esa asombrosa composición que muestra el interior de la capilla expiatoria que se erige en el centro del denominado “Campo del Diablo”, con claras ascendencias ligadas a ese cine fantastique por medio de su influencia expresionista –el instante en el que el viejo conde desciende al subterráneo del interior, proyectando con su candil las sombras que ofrece el contraste de la luz con el crucifijo que preside dicha cripta, deviene uno de los momentos más impactantes de la película-.
A partir de dicha oposición, Murnau logra desplegar una dicotomía de sentimientos contrapuestos, articulando la disposición en seis actos del drama, a través del cual planteará un apólogo de notable calado, vigente en todos los postulados de su contenido y, sobre todo, de absoluta modernidad en su plasmación fílmica, al tiempo que plenamente coherente con el conjunto de su obra. Combinando la fuerza de sus primeros planos con la disposición arquitectónica de sus secuencias de interiores, sin embargo si algo me fascina de esta estupenda película es el grado de belleza pictórica, al tiempo que aterradora, que muestran todas y cada una de sus secuencias de exteriores. Cada una de ellas parece plasmar un lienzo, al tiempo que hacer descansar del dramatismo planteado en los episodios que les preceden. Esos planos de bosques invernales con los árboles desprovistos de hojas, el recorrido de la desolada Helda a punto de dar fin a su vida –un momento también de ascendencia griffithiana-, o la desoladora presencia de esa siniestra capilla expiatoria en medio de la ingente llanura maldita, son referencias visuales de arrebatadora belleza, que por otro lado compensan por algunos pequeños desequilibrios en la narración y, sobre todo, la relativa pobreza con la que se muestra el estallido de la prospección petrolífera, dominada por cierta escasez de producción –la carencia de medios impidió una plasmación de superior contundencia-. No importa. El episodio de conclusión del film, con ese retorno del arrepentido Johannes a su entrono familiar, contemplando como en su humilde vivienda siempre ha tenido reservado su habitación, y recuperando el amor de la abnegada María, puede ser situado por derecho propio entre los grandes episodios realizados por uno de los cineastas más importantes y decisivos que aportó el séptimo arte.
Calificación: 3’5
2 comentarios
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